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jueves, 30 de diciembre de 2010

Despedida.

A mis meses
a los abriles que tanto amo
a esos 19 que conté 10 veces
al 14 de febrero que le tengo tanto miedo
a mis deseos utópicos
al niño que quedaba en mí.

Me despido, no por uno, dos, tres, cuatro
cinco
minutos
ni días,
ni noches que pesan tanto
meses tampoco.
Me despido para siempre,
con el gusto que casi no tengo nunca.
Me despido de esas sesiones a lágrima
con botella
de las inservibles vistas al cielo.
Me despido de las letras,
de ella.

De los sublevados vórtices de nostalgia,
de tecleo taciturno en la madrugada
del café con dos de azúcar y par de tabacos
de la lluvia. Especialmente me despido de ella.

Me despido de mi matrimonio,
de ese 20 de agosto que duró tan
sólo un parpadear.
De Yatzil, de Sharon.
Del 2010 en su agonía que me deja un trago amargo
con efectos embriagantes
y dudas. Muchas dudas.
También me despido de ellas

Adiós, para mis bienaventurados
lectores. Para el espacio que crea
poemas a la Benedetti,
adiós a los nocturnos de chopin...

Me voy a vivir & no recordar.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Vísperas

No había pasado mucho tiempo desde que mis malaventurados sentidos se habían vuelto a mí con ánimo de ser retrospectivo.
La vida me venía en vórtices de copas, risas, nostalgias sobrellevadas por el día y lloradas a la taciturna noche. Las mujeres parecían llegar e irse cómo siempre suelen hacerlo, ahora con la diferencia de que ya no me importaba más.
Pero tenía que llegar viernes con todas sus sorpresas que siempre me llenan de vez en vez, tenía que llegar con esos constantes brotes de sonrisas, ávidos de esperanzas pero carentes de certeza. Tenía que llegar y era tiempo, al menos lo sigo creyendo.
No era alguien normal, bastaba verla para crear situaciones en la imaginación de una vida, una mirada, una plática con ella. Sus ojos, de color azul, verdes, grises. ¿Qué importaba? Si al besarla lo único que haría cerrar los ojos e imaginarme dulces fantasías al por mayor. La abrazaba, me abrazaba; hacia caminar mis dedos sobre su piel blanca, sus manos, su cuerpo. Me besaba, sentía sus ojos cerrar al tiempo parecía oir viejas canciones de película que me recordaba lo desgraciado que era. Pero ella no me dejaba. Tenía hálitos de esperanza para mí, me los da todavía de vez en cuando. A la despedida, a la vista de noche que nos dibuja un luna. A la risa que escuchamos mientras la veo, mientras me ve.
Ha pasado una semana, quizá sea la semana más interesante que he vivido. Tan alegre del piano, los libros, las películas. Tan dichoso de ir recostado sobre la ventana del bus re armando las vivencias que había tenido junto a ella, recordando con una sonrisa de par en par las bromas, los juegos, sus gestos.
Son vísperas de navidad y de algo más, es cierto.
No me quiero apresurar ni quiero que ella lo haga. Desearía poder tener un poco más de ella, mirar con cautela su sentir, sus miedos, su pasado. Entender ahora su generalizada y gélida forma de ser, su indiferencia ante lo dulce, lo nostálgico y otros derivados que te hacen sentir vivo.
Quiero seguir con ésto, que ciertamente no hace más que hacerme feliz. Irremediablemente alegre cuando llego a casa, aviento las llaves, me quito la chamarra y corro al ordenador, sólo para volver a saber de ella.

Son vísperas y no de navidad.

domingo, 19 de diciembre de 2010

A Abril.

Si bien la palabra intriga
pudiera ser un epígrafe
de Abril, mis allegados
escritos podrían ser
el cuerpo,
un modus operandi...
la sola anticipación de
un introito que se
merece con honores.
Podría quererla a letras
y no cansarme.
Dejar de contar
estrellas
para por fin guardarlas
en mi bolsillo
que es grande
cuando la miro
cuando la leo
cuando me intriga.

También podría regalarle
una que otra parcela
de mi vida
vivencias que saben
a etílicos y otras
tragedias del mismo grado.
Podría enseñarle los
pedacitos de ilusión
que tengo,
por si acaso ella
quisiera arreglarlos.

No le daría a cuidar
mis nostalgias
que tanto me pesan;
si acaso le pediría
tocara el piano para
amansar mis gélidos segundos
en que muero, revivo
y por fin grito
la hora de mi deceso.

Curaría sus años
sus miedos.
Embriagaría de un solo
golpe su sonrisa
para tenerla siempre
segura en mis soliloquios
en mis lienzos
en mis atardeceres.

Eso es lo que le dedicaría
a Abril
si
estuviera aquí
y si existiera.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Despedidas

Es un hecho, ya no estás.
Debo quitarme de encima todas tus
caricias de mi gesto
tus blancas mentiras
tus gélidas verdades.
Debo quitarme mis desvelos,
mis atardeceres llenos de ti.
Los recuerdos
¡Cómo debo quitar aquellos!
Esos que me despiertan
con lágrimas y utopías
que carcomen hasta a la más
sagaz de mis alegrías.
Debo prenderles fuego
calentarme con esa llama
de bienaventuradas esperanzas.

Pero no puedo decir adiós
pero no puedo.

Son tus imágenes, tus
caricias, tus mentiras.
Son tus verdades enteras
que llegaban a ser mi razón
de vivir
son tus bienvenidas,
tus abrazos, tu labio inferior
en forma de besos.

Era tu forma de cuidar mis vértigos
cuando por las noches volaba contigo.

Pero no puedo seguir así
pero no puedo.

Ni despedirme ni decir adiós
ni hasta luego
ni hasta nunca,
que sería más fácil.

Hace falta pedir mi corazón
de vuelta
envolverlo en detalles
secarlo de ese vino amargo
y ahora sí,
terminar de escribir
mis despedidas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Apuntes de servilleta

Con un bolígrafo, una pluma, un lápiz
con labial de la mujer
con delineador de la tragedia
con vino, con viene, con llegar
a ese terreno baldío de ideas
con café de trasfondo y
con una servilleta.

Con las llaves del auto en la mesa,
con el humo del cigarro,
con las plantas asomándose en
vitrinas con mi reflejo mórbido
de pasiones encontradas.

Ahora, sin prescripciones maritales
ni deseos utópicos
sin júbilo ni alma decembrina
sin frío reconfortante
ni sueños
ni novelas de medio atardecer
sin café, sin azúcar
sin miel en los ojos y sin
apuntes en servilletas
estos son, mis últimos hálitos
de optimismo
de
ilusiones cuarteadas
a la gélida cuenta de estrellas
allá
arriba
dónde
los sueños pierden su rumbo para
caer en ventanales ajenas,
con renombre Sharon.

Así me paso los días
escribiendo en servilletas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Saber de ti

Escribirte es un oasis de nostalgias
un augurio casi siempre maltrecho
el quererte es todavía un color más grisáceo.
Hace falta tener orgullo y humildad
intuición e ignorancia a
sabiendas que nunca más volverás.

Que tus labios ya no son rojos, ni míos
que tus ojos ya son de luna ni de sol
por eso saber de ti es sólo un epílogo
una despedida, un adiós que duele por dos.

mi vida, mi vida, mi vida.
No sé cómo se podría continuar sabiendo
de ti
cuando por fin terminaste de dejarme a
orillas del paredón en donde ya no se sueña.
Cuando metes espinas en un corazón ya
exiliado de los taciturnos lares de cupido
y peor aún
no sé cómo caminar sin tomar de la mano
a alguien
y esa mano, tenga un anillo
que había sido de compromiso.

Saber de ti duele
y por eso mismo me voy,
para no empaparte de mi
sangre, alcohol, lágrimas
y otros líquidos con que
está impregnado mi desamor.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Quelqu'un m'a dit

Hubo hace tiempo una historia tan llena de contrastes, de nostalgias. De emociones prematuras al comienzo, de ilusiones corroidas por viejos recuerdos, de sonrisas bienvenidas, de amistad desinteresada, de amor en potencia y de promesas que todavía hoy en día retumban como aquel 19 de febrero.
He de decir que no es una historia de amor, ni siquiera una de desamor. Es sólo una historia, un palpitar que se siente dentro y derroca cualquier fúnebre suburbio de indiferencia. Es lo mejor que le puede pasar a una persona y creo, se llama amor.
Hoy me encontraba a solas, con mi sombra que no es mucha. Me encontré contando nubes en la misma fuente de siempre, viendo rostros ajenos cómo tratando de encontrar lo que perdí. Escuché viejas melodías mientras sentía cómo una pequeña lágrima rodaba en mi rostro haciendo alarde de cuan doloroso es vivir con la antesala de Sharon. Hoy no me importó nada como de costumbre, estuve hecho para hacer reír y distraer a los demás, para que nos buscasen y encontrasen en mí lo que tanto me falta y creo es amor. Estuve gélido y no por el frío invernal, estuve enclaustrado en el cielo que es infinito y tuve agorafobia de un recuerdo que debería ser límite a seguir. No sé cómo puedo seguir escribiendo, cuando el sol se asoma cómo siempre en mis persianas y me despierta solo como nunca consiente de ello, como siempre. Cuando quiero ir a caminar y sólo logro correr a viceversas del tiempo y la escala de remembranzas que siguen doliendo, cuando me pongo a ver viejas fotos como tratando de contar estrellas en la orbe.
Alguien me contó que te sigo amando, no puedo decirte quien es. Alguien está ahí afuera esperando por vos y aunque sabe que es un idiota, ama ver cómo pasan y pasan los días y su promesa de contar hasta 500 poco a poco va desahuciando este desamor en él, que es tantísimo. Alguien me contó y no puedo decirte quién, pues vos ya lo sabés.
Así pasan los días, así me lo contó alguien.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Indiferencia

Mi acá, de lunas inciertas.
De libros inesperados,
de esperanzas corrodidas,
de besos inávidos
de caricias inadvertidas,
de placeres entrecortados,
de miradas mutuas,
de lágrimas compartidas,
de distancias gélidas
de promesas indiferentes
de acá, lejos.


Lejos mi acá, de lunas inesperadas,
libros inciertos
besos corroidos
caricias inávidas
placeres inadvertidos
miradas entrecortadas
lágrimas mutuas
distancias compartidas
promesas gélidas.

Tú, acá. Indiferente.

martes, 7 de diciembre de 2010

Señorita Roma

A vuelta de la esquina
a riendas de marzo
a espaldas de Bellas Artes
a hojas de poesía
a suspiros de medio día
a coincidencias de desamor
por ausencias
por miedos
por cánticos desesperanzados
por Viore
por Roma.

De mí, de aquellos que
buscan
cálidos regazos de cariño
y ese cariño de pronto
tiene nombre
y sustantivo.
Hálito e inspiración,
ilusión y eufenismo
de amor
de vida
de cielo, de la luna misma.
Roma es amor
al revés, de frente
cuando te abraza, cuando
pega sus labios a tu mejilla
y de pronto sólo ésta última
los busca.


Roma, una buena razón para
querer empezar y escribir.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Coyoacán de mis amores

Parecía ser uno de esos días en donde caminas sin esperar nada, miras a todas partes como queriendo encontrar algo que rompa la monotonía de todas las imágenes predispuestas o simplemente quieres ver correr el sol a lo largo del campo celeste arriba de ti.
Pensé que el algarabía de las personas se fundiría con el de los organilleros que parecen hacer sonar más sus sombreros con monedas pequeñas, muy pequeñas y extra pequeñas que girar la manecilla del órgano. Pensé oír la armónica del mismo abuelo que se pasa los días sentado en la misma acera dónde yo alguna vez estuve refugiado en los brazos de Sharon, pero cómo ya se darán cuenta no sólo fue así.
Estaba perdido entre mares de gente, entre los globos alzándose sobre la iglesia, entre el sol que, pálido, dejaba ceder el frío entre sombras que ya huelen a invierno, sólo recogía miradas que me parecían simpáticas al tiempo de una sonrisa. Escuchaba música a lo lejos, parecía jazz.
Así, sin previas esperanzas, sin nociones transcritas en cálidas intuiciones, sin más búsqueda y menos desesperanza, la vi. Era alguien, y cuando digo esto quiero decir: Alguien. Alguien desde ese instante para mí, alguien con una imagen que me grabé con una sonrisa, alguien que desahució la monotonía en ese pacto de 10 segundos. Alguien que me correspondió con una mirada, con una sonrisa.
En fin, fue alguien.
Coyoacán de mis amores, al olor del café Jarocho, de las bancas verdes, blancas y de madera. Con todas esas luces de noche, con sus invitados que son muchos. Y con sus indiferencias, que son pocas. Va y viene, viene más que cuando se va, con sus espectáculos de calle, con sus risas mudas de los mimos, con esos gestos de nariz roja y pelucas de colores. Con los niños corriendo, con los perros que sacan a pasear a sus dueños haciendo alarde de su silueta. Ése es Coyoacán, el de mis amores. En dónde las artesanías conviven con sus artesanos y parejas, donde los atrapasueños cobran vida. Coyoacan que se viste de rocío de mañana, de tonos sepias al atardecer y de un extraño misticismo por la noche. El de los negocios, los puestitos que parecen boticas, las mujeres caminando con una canasta de dulces y cigarros. El del caminar. Coyoacán de pasos, del kiosko. De la lectura bajo los árboles, en frente de la fuente que sopla llovizna, de las ardillas que bajan a enseñarnos su hambre para esperar un trozo de pan o semilla.
Hoy le escribo al Coyoacán que resulta ser mi refugio utópico, pues lo abandono después de las ocho cuando mis ojos por fin se llenan de letras por escribir y no necesito más. Escribo al Coyoacán de mis amores, de Jazmín, de Sharon.
De esa mirada que ayer me encontré decidida a ser un buen motivo para escribir.

Así es Coyoacán, tan irremediablemente complejo que no puedo ni escribir un pequeño pedacito de lo que en realidad es, de mis amores.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Diciembre

Hoy no espero nada. A lo mucho esperé dejar de beber en reuniones, en mis soledades a mediodía y en mis nocturnos a claro de luna. No lo cumplí. Debo decir que hoy carecí la ausencia de Sharon más que otros días, me sentí con ese frío que no sentía hace mucho. Caminé a manera de recordar en el cielo las tantas historias que juntos pasamos con la misma bodega celeste pintada de azul marino, veía los peatones y me figuraba de tu rostro para hacerles más agradables. Las luces, esas luces: ¡Cómo me recuerdan a ti! A mi recuerdo llegaban vagas ráfagas de imágenes enclaustrando anaranjadas luces que sólo se limitaban a hacer contraste con esas románticas películas americanas. También me acordé hoy de tu sonrisa, de cómo puede iluminar mi vida.
Veía mi sombra cómo se estiraba a distancia del pavimento y cómo de repente mi vida venía siendo sólo una sombra en el pavimento. Recordé que estoy solo en un mundo de tantas dualidades: El cielo con su bienaventurada tierra, la taciturna noche con su parcela de verdades en el día, lo bueno de una noticia en tiempos de cólera y lo malo del pesimismo encarcelado en rutinas. Un Dios omnipotente que parece regocijarse de tragedias, alegrías y otras historias de triste procedencia haciéndose dúo con un demonio que no parece estar a menos altura que en la que estamos todos... inválidos de sagacidad y sonrisas dignas que inmortalizar. Dualidades cómo hasta hace poco me venía dibujando entre corazones con los nombres nuestros que ahora vemos deshacerse cuan arena en el viento pasa.
Éste es mi diciembre, mi comienzo a una larga racha de embotellamientos bajo los edredones de la noche al vacío, las lágrimas por la mañana en silencio para no alertar, los indiferentes gestos y las módicas cantidades de verdaderas miradas que pueda regalar a alguien. Es un preludio del fin de año, una tragedia prevista a 500 días, un fin que se podía divisar aún con los latidos del corazón atados a la razón gélida propia de mí.
Mi diciembre, mi hecatombe de esperanzas regadas por la acera. Hoy no quiero más que sentir lo amargo, lo que me haga sentir aunque sea sólo en mi garganta. No quiero ser, sino solo, un pequeño suspiro que se termine al despertar.
No sé cuánto pueda vivir, con éste diciembre que ya duró 10 meses.

Creo que finalmente comienzo a delirar.
Con mórbidos recuerdos encontrados
con inertes emociones perdidas
con falsas esperanzas de cinco minutos
con el precisar de una botella que me haga compañía
con la noche, que parece no acabar.

viernes, 3 de diciembre de 2010

La última a Sharon

Se fue, no hay más que decir. Me dejó solo cómo acostumbra, sólo que ahora mató cuanta ilusión había todavía en mí. "Ya no es lo mismo de antes, ya fue" Esas palabras fueron las últimas del que ayer aún creía mi amor verdadero, mi otra mitad, mi yo completo cuándo estoy vacío. Se fue y nadamás queda... irme. Dejar de lado todos esos sentires que me recuerdan lo desgraciado que soy, eliminar diez meses de mi mente en unos días. Nadie debería de pasar por dónde hoy camino, nadie debería sentirse tan vacío y mal correspondido como yo, y ni siquiera, nadie debería escribir esto. Me dueles, me dueles cómo lo que eres y no, como la última canción que te dediqué, me dueles como el beso que te di sin ser mucho, como la última caricia que me encontré con sinceridad de ti. ¡Se fue! En serio se ha ido con indiferencia, se encontró alguien menos superfluo que yo, supongo. Se encontró con la osadía de ya saberme lo que siempre he sido, un bastardo. Se ha ido mi Sharon, la ojosluna, mi Yatzil. La chica de los 500 días, se fue. Con todas sus imágenes, con mi último optimismo, con mis canicas en el destino, con todo. Ah, pero si de verdad es una tragedia.
Dios, Dios, Dios. Jamás creí en él porque creía que no podía haber desilusión más grande en el mundo, y hoy, creo que empiezo a creer en Dios. Por cómo duele, como suspiro de alivio y no de ansiedad. Esta es la última letra y frase que le digo a Sharon: Te amo.

No tengo ganas de escribir más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Espera

Hoy, mientras me encontraba desolado en un teclado junto a un vaso lleno de etílicos, me pregunté a mí mismo: ¿Qué espero? & la respuesta estaba esperando temerosa en una frase que retomo ahora que mi sobriedad calla para darle paso a mi inconciente: Te esperaré. Y es que eso hago, esperar. Esperar por una mujer que me prometió una vida y hasta ahora sólo he visto meses, días, semanas. Destellos de vida y no la prometida, reacciones a destiempo, destierros al olvido, lúgubres gestos a mis errores e indiferentes respuestas a los suyos. Esperar.
Qué nostalgia, que tragedia... ver cómo el tiempo se nos echa encima sin pretensión alguna sólo para amordazarnos en la ansiedad que cohíbe tanto de nuestras personas. Porque esperar es sólo un augurio a quedar a merced de esa persona por quien contamos los días. La indiferencia de ver cómo el otoño culmina en fríos decembrinos para traer remembranzas que duelen tan verosímil cómo el sol quema por los mediodías arrebatados de luz en tonos sepias. Esperar, ¿qué jodidos es esperar? Ya ni siquiera mis escritos buscan pacientemente ser leidos, ya ni siquiera mis labios aguardan por humedecerse y ni mis latidos pueden dejar de retumbar en el pecho ajeno. Esperar...

Sharon, eso me viene a la mente. Esperar por ella, por su sonrisa, por beber con ella y estar ebrios cómo aquél día. Beber y esperar.
Esperar y beber, creo que no hay diferencia.

Pláticas de sol

Me acuerdo una tarde de Bellas Artes, dónde una cuchara hacia sonarse contra la porcelana de una taza de café, el sol entraba por un ventanal rústico y las épocas patrias se sentían a flor de piel. Recuerdo cómo de repente entraban livianas ráfagas de aire, la imagen que se veía a lo lejos de una alameda casi siempre viva, el crepúsculo que ponía matices anaranjados en nuestra piel y la tez de Sharon. Sharon, cómo me acuerdo de esas pláticas de sol dónde parecían las palabras jamás terminarían más que en silencios que más bien parecían un eufenismo a mi nostalgia.

Hoy no fue un día así. Pasado el medio día te vi y en seguida extrañé ese sentimiento en el vientre que termina con una sonrisa, mis labios por primera vez no buscaron los tuyos y ni siquiera me rompí en arrepentimientos. Te veía, encontraba miradas tuyas, pero ya nada es igual. Mis pláticas contigo son a manera de amigos, mis caricias, mis abrazos, mis besos en la mejilla, mis cortesías, mis enojos, mis frustraciones y delirios. Todos ellos son para ti, sí. Pero lo son de una manera en que lo son para muchos. Creo que ya la desdicha que venía evadiendo de mi mente por fin hoy me ganó. Ya no tengo más que darte, ni tú que prometerme. Llegamos al punto en dónde las pláticas de sol son silencios sin sentido, son soliloquios secos de carisma, las sonrisas pesan como monotonía y ya no quiero tomar tu mano.

Cómo extraño esas antañas pláticas de sol, dónde todavía había sol.