No había pasado mucho tiempo desde que mis malaventurados sentidos se habían vuelto a mí con ánimo de ser retrospectivo.
La vida me venía en vórtices de copas, risas, nostalgias sobrellevadas por el día y lloradas a la taciturna noche. Las mujeres parecían llegar e irse cómo siempre suelen hacerlo, ahora con la diferencia de que ya no me importaba más.
Pero tenía que llegar viernes con todas sus sorpresas que siempre me llenan de vez en vez, tenía que llegar con esos constantes brotes de sonrisas, ávidos de esperanzas pero carentes de certeza. Tenía que llegar y era tiempo, al menos lo sigo creyendo.
No era alguien normal, bastaba verla para crear situaciones en la imaginación de una vida, una mirada, una plática con ella. Sus ojos, de color azul, verdes, grises. ¿Qué importaba? Si al besarla lo único que haría cerrar los ojos e imaginarme dulces fantasías al por mayor. La abrazaba, me abrazaba; hacia caminar mis dedos sobre su piel blanca, sus manos, su cuerpo. Me besaba, sentía sus ojos cerrar al tiempo parecía oir viejas canciones de película que me recordaba lo desgraciado que era. Pero ella no me dejaba. Tenía hálitos de esperanza para mí, me los da todavía de vez en cuando. A la despedida, a la vista de noche que nos dibuja un luna. A la risa que escuchamos mientras la veo, mientras me ve.
Ha pasado una semana, quizá sea la semana más interesante que he vivido. Tan alegre del piano, los libros, las películas. Tan dichoso de ir recostado sobre la ventana del bus re armando las vivencias que había tenido junto a ella, recordando con una sonrisa de par en par las bromas, los juegos, sus gestos.
Son vísperas de navidad y de algo más, es cierto.
No me quiero apresurar ni quiero que ella lo haga. Desearía poder tener un poco más de ella, mirar con cautela su sentir, sus miedos, su pasado. Entender ahora su generalizada y gélida forma de ser, su indiferencia ante lo dulce, lo nostálgico y otros derivados que te hacen sentir vivo.
Quiero seguir con ésto, que ciertamente no hace más que hacerme feliz. Irremediablemente alegre cuando llego a casa, aviento las llaves, me quito la chamarra y corro al ordenador, sólo para volver a saber de ella.
Son vísperas y no de navidad.
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