Hoy, mientras me encontraba desolado en un teclado junto a un vaso lleno de etílicos, me pregunté a mí mismo: ¿Qué espero? & la respuesta estaba esperando temerosa en una frase que retomo ahora que mi sobriedad calla para darle paso a mi inconciente: Te esperaré. Y es que eso hago, esperar. Esperar por una mujer que me prometió una vida y hasta ahora sólo he visto meses, días, semanas. Destellos de vida y no la prometida, reacciones a destiempo, destierros al olvido, lúgubres gestos a mis errores e indiferentes respuestas a los suyos. Esperar.
Qué nostalgia, que tragedia... ver cómo el tiempo se nos echa encima sin pretensión alguna sólo para amordazarnos en la ansiedad que cohíbe tanto de nuestras personas. Porque esperar es sólo un augurio a quedar a merced de esa persona por quien contamos los días. La indiferencia de ver cómo el otoño culmina en fríos decembrinos para traer remembranzas que duelen tan verosímil cómo el sol quema por los mediodías arrebatados de luz en tonos sepias. Esperar, ¿qué jodidos es esperar? Ya ni siquiera mis escritos buscan pacientemente ser leidos, ya ni siquiera mis labios aguardan por humedecerse y ni mis latidos pueden dejar de retumbar en el pecho ajeno. Esperar...
Sharon, eso me viene a la mente. Esperar por ella, por su sonrisa, por beber con ella y estar ebrios cómo aquél día. Beber y esperar.
Esperar y beber, creo que no hay diferencia.
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