Te fallé, lo siento. Quise cambiar las desdichas tuyas por mis alegrías y terminé arrastrándote al mismo abismo donde siempre he vivido. Soy una ausencia, la más larga sombra en el boulevard menos congestionado de rostros, de luces, de vida. Quise ser siempre un héroe en la historia, un final feliz; quise ser las vivencias, una epígrafe a tu carisma, tal vez... me excedí. Llené la copa de mi amor, la derrame por la misma mesa en dónde hemos compartido caricias y perlas, que más bien resultan ser una lágrima cristalizada.
Hice trueques. Cambié siluetas que he venido recolectando a manera de mujeres, las hice reír, les compartí un poco de mi esencia pero jamás les di ese corazón vivaz de ti, embriagado de nosotros, empecinado en hacer surgir la llama del amor en que nos arropamos, la confianza que solíamos pedirnos por la madrugada y ese sentir en el pecho que aún no sé con certeza que me quiera decir. Tal vez con esto tengas la respuesta a muchas de tus preguntas que yo no sabía como resolver a manera de dibujar una luz en tu sonrisa. Siempre fui tuyo.
Puede que antes de conocerte siempre te haya buscado, sin saber que tendrías ojos luna o piel a manera de pasarme las horas pegado a tus mejillas. No sabía que tendrías tantos ojos encima, tantos fantasmas de tu pasado o promisorios ángeles en tu mañana. Nunca pasaron en mis predicciones los sentimientos que ahora escriben esta carta, ni las comas que sentaban vacíos en mi corazón o los paréntesis de tus mentiras que bien podrían ser un cuidado a mí o un epílogo a mi.
No sé, creo que tendré tiempo de sobra para sobrepensar las interrogativas a tu imagen y acción. Procuraré por ti sin pretensiones, a lo lejos. Quizá a la sombra de un árbol o de una pantalla, pero eso sí, jamás sabrás quien te ayudó. Borraré de ti mis memorias con ayuda del tiempo, los días que te dediqué y los viajes. Ah, ¡cómo debo de borrar eso en especial! Las ventanas por dónde íbamos asomando nuestras intuiciones o las puertas que juntos cruzábamos de la mano. Borraré mis promesas.
Quitaré mi sangre del pavimento, las letras en las servilletas, mis dedos en tu cuerpo. Mis caricias, mis bebidas, mis tabacos al frío del atardecer. Ratificaré estrellas, las devolveré al cielo donde pertenecen y dejaré de enclaustrarlas en escritos para ti, como solía hacerlo.
¿Por qué lo hago?
¿Por qué despedirme ahora y para siempre? Es sencillo.
A cierto punto el corazón se desmorona en virtud tu sonrisa desaparece de tu lindo rostro. Resulta ser que el corazón que se desmorona es el mío, no ya el tuyo que, grande, regala alegrías a quien tú decidas. Mi corazón está al borde del camino.
Ya sin júbilo o ganas, o Benedetti o diecinueves. Ya nada lo puede reparar y temo decir que tú tampoco.
Te prometí jamás me iría y no lo haré, me voy sin dejarte. Me muero sin haber vivido.
Es fácil, ya no queda más de Viore.
Por eso hoy terminé de escribir mis despedidas.
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