Hoy no hice mucho. A lo basto me dí cuenta que realmente puedo conseguir una sonrisa en los rostros ajenos cuándo quiera. Quizá sean mis ojos que despiden vivencias, a lo mejor son mis labios que rojizos me dicen juventud y también una serie de repeticiones a humedecerlos. Puede que sea la forma de mi rostro y que Sharon me decía eran mi atractivo, pues supuestamente me daba esa esencia masculina que debería ir adjunta a la silueta que está perdida entre mis soliloquios.
Quién sabe que sea. Pero una vez dándome cuenta de que hoy tenía un encanto en particular me vi en la tarea (y necesidad) de buscar sonrisas dibujadas en propios y ajenos. Debía alimentarme del carisma de varias risas que se oían a lo lejos, el sol debería ser mi linterna que ahora me alumbra mientras las teclas bailan en un vaivén de literatura casera y el viento que despedía mi amado otoño, debería sustituir los susurros que recuerdo a cada momento de su dulce voz. Leyendo ésto último, uno se debería de dar cuenta que sigo despidiendo amor por mi Yatzil.
Hoy lunes, parecía domingo. He de decir que mis horas que iba a dedicar al estudio las cambié por horas a la vida. Contemplar las arboledas que parecen saludarme a lo lejos, mirar el cielo azulgrana caerse en un palpitar de horas al crepúsculo, sentir que se me iba el tiempo y, por supuesto, esconderme de la nostalgia que veía venir a cual sombra y luz se asemejaba a alguna memoria que tengo de ella.
Creo que voy bien en mi suicidio, pues aplacé domingo a lunes y viceversa, creo que voy bien en mi camino... Pues supe que Sharon quiere regresar a mis latidos y le oculté mi corazón.
Hoy fue un lunes que supo a domingo.
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